La doctrina cristiana enseña que los animales son criaturas de Dios, que lo bendicen y le dan gloria por su simple existencia. También los seres humanos les deben aprecio. El ejemplo de santos, como Francisco de Asís y Felipe Neri, invita a tratarlos con delicadeza. Se puede amar a los animales, pero no se puede desviar hacia ellos el afecto debido únicamente a los seres humanos. Están confiados a su administración, al igual que toda la creación, por lo tanto, es legítimo domesticarlos para que ayuden a los hombres en sus trabajos y entretenimientos. Asimismo, es lícito servirse de ellos para el alimento y la confección de vestidos. En cambio, es contrario a la dignidad humana hacerlos sufrir inútilmente y sacrificar sin necesidad sus vidas; así como invertir en ellos sumas que deberían remediar carencias propias del ser humano.
Por medio de la ficción literaria, el autor da vida y humaniza a Árie, un simpático perrito de la raza de Canaán, muy antigua en el Oriente Medio. Lo hace acompañante de la Sagrada Familia de Nazaret y testigo de los momentos más representativos de la vida de Jesús, María y José. El lector se rinde ante la sencillez de los sentimientos de Árie, y tiende a identificarse con ellos, fomentando así su amor y agradecimiento ante el sacrificio redentor de Cristo en la Cruz.
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